Eaux Bonnes, el misterioso pueblo de los Pirineos franceses y lo que queda del II Imperio
Eaux Bonnes
En los Pirineos Atlánticos, rodeado por el bosque de Gourzy y bajando del Col de Aubisque (o subiendo a él, dependiendo de dónde vengamos) y muy cerca de las puertas con España, se encuentra el misterioso y sobrecogedor pueblo de Eaux Bonnes.
NOTA: este blog fue creado hace más de tres años. En la última visita que efectué a Eaux Bonnes pude apreciar cambios significativos, a peor, con mayor sensación de abandono, Del hotel y los sueños de su reconstrucción no se sabe nada. Al día de hoy, abril de 2021, añado nuevas imágenes que obtuve en el otoño del año 2019, en las que se puede ver el avance del deterioro del hotel y algunos de los locales vacíos y en completa ruina, que en su momento fueron librerías, agencias de viaje, panaderías, lavanderías, farmacias o restaurantes.
En
sus mejores momentos, en el siglo XIX, nada tenía de misterioso ya que era el
punto de encuentro de vacaciones de la aristocracia francesa. A pesar de la
escasa documentación que existe sobre sus orígenes, se conoce sin embargo que
los romanos utilizaron sus recursos termales y sus fuentes ya aparecen citadas
en el año 1462, pero fue desde el año 1771, en el que el conde Antoine-Marie Cluzel impulsó la construcción de nuevos edificios,
cuando esta pequeña aldea arrancó de forma espectacular como lugar donde la
gente pudiente venía de vacaciones a tomar baños y beber aguas milagrosas para
la salud perdida.
Sus
aguas parecen contener sulfuro de sodio, cloro, sulfatos de calcio, sílice,
azufre, etc., con unas importantísimas cualidades curativas vasodilatadoras,
antisépticas y analgésicas. Hoy día sólo se explotan dos de sus numerosas
fuentes, una de ellas mana a 44º y la otra a 13º.
Entre
los numerosísimos personajes conocidos de la sociedad francesa que vinieron a
este lugar, tal vez el más llamativo para nosotros hoy en día sea el de la emperatriz
Eugenia de Montijo, esposa de Napoleón III, que acudía con frecuencia rodeada
de mucho aparato y que tomaba aposento en el hermoso Hotel des Princes, del que
vamos a hablar más adelante.
En
1887, el escritor Guy de Maupassant describe a este lugar como "una calle
de París" al encontrarse con un tipo de urbanización de ciudad balneario en
la que abundan hoteles, casino y lujosas villas. Los edificios son altos para
aprovechar el escaso espacio, con fachadas de ladrillo rojo y elegantes
balcones.
Eaux
Bonnes llegó a tener una espectacular cascada, que constituía uno de los
atractivos principales para los visitantes. Esta cascada fue aprovechada como
explotación hidroeléctrica, no quedando prácticamente nada de ella.
A
principios del siglo XX surge la moda de los juegos de nieve, en los que
incluso llegó a participar el rey Alfonso XIII. Tal fue el éxito de esta nueva
moda, que resultaron insuficientes las instalaciones para acoger a tanta gente,
que literalmente se pegaba por conseguir una habitación.
Llega
la Segunda Guerra Mundial y esta zona, como muchas otras, es ocupada por los nazis
(prefiero no utilizar la palabra alemanes) que, para no variar en sus brutales
costumbres, deportaron parte de la población hacia el campo de exterminio de Auschwitz,
con lo cual la actividad de la villa quedó parada. Una vez acabada la guerra,
Eaux Bonnes nunca volvería a recuperar su esplendoroso pasado aristocrático, causando
enorme daño a sus numerosos hoteles y casino.
A
partir de los años 50 del pasado siglo, con el apogeo de la medicina moderna y la
actitud de los médicos que despotrican contra la curación por medio de aguas
termales, la sociedad perdió la fe en este tipo de tratamientos y a la vez, la
administración francesa dejó de asumir los gastos sanitarios de los enfermos
que acudían a esta estación, provocando ya de manera definitiva el cierre de
hoteles y pisos de alquiler.
Por
suerte, desde los años 90 se pudo paliar ligeramente este problema al recuperar
toda esta zona pirenaica su atractivo para los viajeros de paso, con el novedoso
turismo verde y de senderismo, y la cercanía de importantes estaciones de esquí,
deporte de enorme auge en la actualidad.
Recientemente
se ha llevado a cabo un costoso proyecto de instalaciones de spa equipadas ya
con la tecnología más moderna: saunas, baños de vapor, tratamientos de
belleza..., pero con la incorporación de una enorme burbuja acristalada de dudosa
elegancia en lo alto de un edificio. Es un capricho más de los arquitectos
modernos (en este caso Luc Demolombe), que tratan de impresionar con diseños extravagantes
que muchas veces rompen la armonía y memoria histórica de un lugar.
Es digno de ver el llamado antiguo casino, un edificio de espectacular diseño que durante la Segunda Guerra Mundial sirvió de alojamiento a las tropas norteamericanas.
Por
evitar problemas de propiedad intelectual, no deseo reproducir aquí las
fantásticas fotografías que existen de aquella dorada época en la que Eaux
Bonnes era un lugar aristocrático, pero existe un enlace desde el cual se puede
disfrutar de una valiosísima colección de ellas, merece la pena visitarlo
porque son muy emotivas:
Hotel
des Princes
El
Hotel des Princes fue construido en 1860 y pronto comenzó a destacar por
desplazarse hasta él la aristocracia francesa, especialmente la emperatriz
Eugenia de Montijo, esposa de Napoleón III. Disponía de 175 habitaciones y una
hermosísima primera planta destinada a salones sociales y comedores.
El
enorme edificio ocupa un frente de casi cien metros con fachada que da a la
plaza Darralde, y es de una belleza sobrecogedora. En los últimos tiempos, se
le ha llegado a denominar el Titanic de Eaux Bonnes, en referencia a lo lujosas
que llegaron a ser sus instalaciones, dignas de príncipes tal como su propio nombre
indica, y por el hundimiento en el que ha ido sucumbiendo; por su aspecto
interior parece rescatado del fondo del mar. Fue visitado por última vez en
enero de 2012 con las debidas medidas de seguridad para hacer un cálculo del
alcance de los daños de cara a ponerlo en subasta.
Desde
la silenciosa y vacía plaza Darralde, la mirada se nos queda adherida a lo que resta
de sus vestiduras externas, tratando de
imaginar su antiguo contenido, cómo pudo haberse juntado en tan poco espacio tanto
poder y señorío. Dentro y fuera de sus instalaciones se respiraba aristocracia
a raudales, por sus calles paseaba la más relamida nobleza francesa, con sus lacayos,
carruajes, mujeres con sombrilla, aristócratas a caballo, ejércitos de
servidumbre, vendedores, jugadores, puestos callejeros de helados y mil expresiones
más de animada vida de la época más esplendorosa del Imperio.
Incluso,
para satisfacer las demandas de las ociosas clases pudientes que aquí
veraneaban, se llegó a construir una pista de tenis excavada en plena ladera de
la montaña.
Es
penoso ver la agonía de la soberbia fachada, luchando por mantenerse en pie, e
imaginar lo que se ha perdido de su interior; no queda casi nada de lo que
fueron olorosas maderas nobles, tapices, lámparas, pianos, salones de té,
comedores, escaleras de madera, enormes cocinas, los mármoles de los baños, los
monstruosos espejos, griferías con agua caliente en muchas habitaciones..., por
quedar no quedan ni paredes en pie; los restos de la escalera principal están
llenos de escombros, sobrevive con inusitada soberbia el busto de madera de
Eugenia de Montijo tallado al comienzo de la barandilla de esta escalera,
inmune a los golpes de cascotes que le están cayendo encima; los pianos
desdentados de teclas yacen inclinados como un barco hundiéndose, los impresionantes
inventos que poseyó para su época, como los teléfonos o su centralita, se
arrastran tirados por el suelo enmarañándose con los restos de los tapices de
los divanes y las lujosas cortinas. Desde la calle nada de esto se ve, sólo
podemos admirar los balcones que se reservaban para los más pudientes.
Hace
poco el fotógrafo Thierry Suire logró visitar su interior y recoger testimonios
de la hecatombe en que está sumido y recogió esta ruina en unas pocos fotos que
pueden ser vistas visitando su página.
El
hotel ya estaba bastante deteriorado en 1982, año en el cual el ayuntamiento se
hace con la propiedad, logro muy importante teniendo en cuenta que la
corporación anterior pretendió derribarlo. En 2002 lo declara monumento
histórico y en 2003 llama a licitación con el propósito de encontrar
compradores.
Un promotor de Aix-en-Provence,
Robert Leroux, gana la licitación por 1,2 millones de euros, con el proyecto de construcción de una residencia para
75 apartamentos de lujo con baños de hidromasaje, en un edificio totalmente
restaurado que respetaba la fachada, ya que acababa de ser incluido un año
antes en el inventario de edificios históricos. Los inversores se sienten atraídos por las promesas de la exención total de impuestos, ya
que según las leyes francesas (Malraux) los edificios protegidos no los tienen.
Diez compradores
aparecen rápidamente e
invierten más de un millón de
euros, antes de ejecutar los actos notariales; uno de ellos el propio
alcalde de la localidad que quedó maravillado de los hermosos dibujos que le
presentaron de los planos de la obra. La
entrega de la operación, que incluye incluso una zona de museo en la
entreplanta del antiguo hotel, estaba prevista para finales de 2003.
En el año
2004 los trabajos siguen sin comenzar y se celebra una reunión en Eaux Bonnes a
la que asiste Robert Leroux y su socio Philippe
Malfettes para tranquilizar a los inversores y al ayuntamiento, pero queda en
evidencia de que es una operación de estafa.
Los
trabajos nunca se iniciarán, el arquitecto no vio ni un euro de las tasas y los inversores estafados
presentan denuncias, al igual que la ciudad de Eaux-Bonnes. Sin embargo, hasta
2009 no se abre una investigación penal. En ella se descubre que el fraude
alcanza a una legión de empresas ramificadas. En estos diez años se ha descubierto un entramado muy complejo y
difícil de explicar, en el que seis personas fueron detenidas. Por culpa de
ello, el asunto quedó parado a la espera de una resolución judicial y mientras
tanto, cada día que ha pasado, fue cayendo un metro más de la construcción.
Robert Leroux, el principal estafador
del grupo de estafadores y sobre el que iba a encauzarse todo el proceso
judicial, murió en 2012 y sus negocios puestos en liquidación. Los inversores fueron compensados en parte por
los seguros y ahora la justicia exige cuentas a tres personas cercanas al
desaparecido Leroux, a los que había colocado a la cabeza de las
empresas que comercializan los apartamentos fantasma.
La
instrucción está completa desde principios de 2013 y el juicio se celebró el 24
de septiembre de 2014 en Pau. Malfettes Philippe, de 51 años, quien era el
socio de Robert Leroux, fue sentenciado prisión y a inhabilitación
durante tres años y deberá pagar 489.200 euros a la ciudad de
Eaux-Bonnes. Los otros dos acusados fueron condenados a seis meses de prisión
acompañada de una prohibición de administración durante 3 años y cuatro meses. En
cuanto a lo que queda del hotel de los Príncipes, cuya fachada gigantesca está más
deteriorada cada día que pasa, queda en las manos de un representante legal.
En
septiembre de 2016 se celebra una subasta, con precio de partida de 10.000
euros, en la que el edificio es adjudicado por 12.000 euros. Pero a principios
de octubre, una compañía de Burdeos formula una sobreoferta de 13.200 euros e
incluso paga un depósito como fianza. El 26 de enero de 2017 se celebra una
nueva subasta pública en el
Palacio de Justicia de París, con un precio de salida de 13.200 euros, de la
que se esperaba sacar un precio bastante más elevado pero que finalmente ganó un
comprador, hasta el momento desconocido (no está obligado a desvelar su
identidad), por la cifra de 19.000 euros, menos de lo que vale un utilitario.
Es un precio absolutamente ridículo si se tiene en cuenta solamente el área que
ocupa la construcción, de unos nueve mil metros cuadrados.
Caben
todo tipo de especulaciones: dicen que el propietario es francés, pero también
se extienden rumores sobre si es un chino, un ruso o un jeque... quien sea, para
rehabilitar el edificio debe hacer frente a una inversión de por lo menos veinte
millones de euros, según los expertos, por estar completamente en ruinas y
sobre todo por tener que respetar su fachada al haber sido clasificado como
monumento histórico en 2002.
Cuesta marchar de este lugar, no solo por los inquietantes restos del Hotel
des Princes, sino por otros muchos edificios que conviven con él, como el casino,
de estilo morisco, y muchos más que aún permanecen rodeando el silencioso
parque, en el que los hombres mayores juegan a la petanca. Es irresistible la tentación
de asomarse a las puertas de algunos de estos moribundos edificios y tratar de ver
a través de los sucios cristales de una puerta lo que queda de lo que fue la
vida aquí hace siglo y medio.
El
pueblo en sí está lleno de locales vacíos, cerrados para siempre, algunos como
oficinas de correos, lavanderías, librerías, tiendas...
Un aficionado a la
fotografía podrá encontrar motivos suficientes para estar todo un día tomando
imágenes de puertas cayendo, cristales con cortinas raídas, cadenas, candados, ventanas
sin abrir que piden mirar hacia dentro para ver los polvorientos muebles,
multitud de detalles morbosos y decadentes que hacen de este pueblo una especie
de fantasma.
lo que queda de una boulangerie
antigua farmacia
una elegante cafetería con el mobiliario hundido en las sombras
Desperdigadas por las calles del pueblo quedan aún magníficas edificaciones que muestran el poderío que tuvieron sus moradores.
Ville Excelsior o también Ville Preller
Ville Meunier
Subiendo desde el frondoso parque vemos asomar la fachada de su magnífica iglesia.
Como suele ser costumbre en Francia, tenía abiertas sus puertas.
Esta iglesia tiene el nombre de nada menos que... Saint Jean-Baptiste Nôtre Dame des Infirmes, que se levantó en el año 1875 en el mismo lugar donde existía anteriormente una pequeña capilla. En documentación histórica leo que fue gracias a una espléndida donación de la emperatriz Eugenia de Montijo. Dato que en mi ignorancia pongo en duda, ya que en ese año ya se encontraba viviendo en el exilio en Inglaterra.
Delante de la iglesia se ubica la clásica placa habitual en todosa los pueblos franceses, que hace honor a los jóvenes lugareños que perdieron la vida en la Primera Guerra Mundial.
Un poco más arriba encontramos lo que queda del espectacular edificio de aguas termales, que al día de hoy sólo puede transmitir tristeza al ver sus fachadas cayendo y el parquecito privado con juegos completamente abandonado.
En mi última visita, pernocté por primera vez en él para poder disfrutar de más tiempo en recorrer sus calles. Hay poca oferta hotelera, pero escogí el Hotel Richelieu, un establecimiento con sabor (y olor) a otra época, adaptado hasta donde pudo a la contemporánea al añadir ascensores y algún detalle más. Sus habitaciones, sus ventanales originales con sus sistemas de apertura que no tienen precio, sus salones, sus muebles.... todo en conjunto nos traslada un siglo atrás, como poco. Merece la pena la experiencia de pasar una noche en él y cenar o desayunar en sus preciosas estancias.
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