Bagneres de Luchon, la reina de los Pirineos

Fue definida como la Reina de los Pirineos por el escritor Vicent de Chausenque a mediados del S. XIX.

Bagneres de Luchon se encuentra en la provincia del Alto Garona en la región de Midi-Pyrénées, y es famosa por sus estaciones termales y de deportes de nieve. Por algunas personas, puede ser más conocida por celebrarse en ella el final de una etapa del Tour de France.




Situada a una altura de aproximadamente 620 metros, por su conglomerado de calles puede parecer grande, pero tiene solamente unos 2.574 habitantes, según el último censo del año 2012.

Está rodeada por una agrupación de cumbres de más de 3.000 metros, entre las que destaca el pico Aneto (3.470 m), el de mayor altura de los Pirineos, que son frecuentadas por muchos amantes del alpinismo.

Su situación es muy cercana a la frontera española. Se puede llegar atravesando la barrera natural de los Pirineos desde el Valle de Arán por el puerto del Portillón.





Historia

Aunque se sabe que en época romana ya se utilizaban las aguas termales de esta zona, no es hasta el año 987 cuando aparecen las primeras descripciones sobre la explotación de ellas.

En 1759, el barón Antoine Mégret de Étigny, superintendente de Vizcaya, es enviado a Luchón para mejorar las estructuras de la zona. Se pavimentaron carreteras y reorganizaron los baños. Este lugar era especialmente problemático en sus relaciones con las autoridades del reino, tanto a niveles políticos como religiosos y administrativos. Étigny tuvo que recurrir a las fuerzas del orden para poder hacer las expropiaciones y obras de carreteras, ya que la gente del lugar no estaban acostumbrada a este tipo de intervenciones autoritarias. En 1761 reorganiza los baños y en 1763 los visita el Mariscal du Plessis, duque de Richelieu, que quedó encantado hasta el punto que regresó en el año 1769 acompañado de gran parte de la corte.

Antoine Mégret de Étigny murió joven en 1747 en la localidad de Auch, desprestigiado ante la corte y arruinado. Su sucesor le dio su nombre a la principal calle de la ciudad y desde 1889 existe una estatua dedicada a su imagen, ubicada frente a los baños termales, además de otra estatua existente en Auch.


En 1873 llegó el ferrocarril y en 1880 se erigió el Casino. En el año 1929 se construyó el Vaporarium, más de un kilómetro de galerías excavadas en la roca con un hamman natural de aguas sulfurosas único en Europa. Todo un exceso dada la época de crisis que se vivía en el continente y resto del mundo.

La estación de esquí Luchon-Superbagnères fue construida entre los años 1911-1912, y en 1922 abre el Grand Hotel. Fue conectada a la ciudad por un ferrocarril de cremallera. En el año 1966 se construye una carretera y en 1993 una telecabina ubicada en el centro de la calle principal de Bagneres. Cada cabina tiene capacidad para cuatro personas y el trayecto dura unos diez minutos, en una ascensión de 18,5 km hasta una cumbre de 1.800 metros salvando un desnivel de 1.170 metros.

Acabada la Segunda Guerra Mundial, este pueblo retoma el termalismo y en estos momentos las termas poseen tres edificios para tratamientos de belleza, fibromialgia, pulmonares, etc.


En la parte superior del pueblo, al final de la alameda de Étigny,  se encuentra el parque de Quinconces, creado en 1849 en el momento álgido de los tratamientos termales. Es un parque de más de 4 hectáreas, de estilo inglés con plantación de catalpas y tulipanes y un kiosco de música romántica en su centro, que tiene numerosas representaciones artísticas en la época termal. También hay un lago con cisnes y patos y una cascada.


En la entrada del parque, hacia la izquierda, encontramos la estatua de Caín y Abel, esculpida por Jean-Marie Mengue en 1896, representando el momento justo del fraticidio en el que Caín ve horrorizado a su hermano muerto en el suelo. Mengue nació en Luchon en 1855 y es el autor de varias estatuas que se pueden ver en esta localidad, como la del Valle de Lys, cerca del lago, así como el monumento a los caídos (en Francia siempre se refieren a la Primera Guerra), en bronce, mármol y piedra, en otra parte del pueblo.



En dirección hacia el lago, a la derecha del gran cedro del Atlas, está la estatua de bronce llamada "el oso pirenaico", realizada en 1950 por el escultor de animales Georges Lucien Guyot.




En la que podríamos llamar segunda parte del parque, se mezclan las coníferas autóctonas y exóticas que se reflejan en el lago. Varios paseos conducen a la ladera de la montaña del bosque, por donde podemos encontrar la antigua estación del funicular.

Esta estación unía Luchon con el Hotel de la Chaumiere. Puesto en circulación en 1894, en principio el funicular funcionaba con un contrapeso de agua. El descenso se frenaba con una cremallera Riggenbach. Fue electrificado en 1955. El hostal "The Cottage" se encontraba a 900 metros de altitud. Sirvió durante 60 años como recreo y refresco de los ciudadanos de Luchon, que subían a su terraza, hasta su cierre en 1970. Ahora, tanto este hotel como la estación del funicular se encuentran en ruinas, aunque esta última todavía es objeto de culto por muchos fotógrafos.




Más arriba a la derecha, se ubica la estatua hecha en 1906 por Jean-Marie Mengue en homenaje a Marcel Spont, rodeado por atributos montañeros. Marcel Spont fue un veterano montañero que encontró la muerte en 1906 cerca del pico de Spijeoles, cuando iba acompañado de dos compañeros. La versión oficial de su muerte dice que cayó al vacío dando un enorme grito cuando se encontraba en posición arriesgada sobre una piedra haciendo una foto. A pesar de los homenajes de su época, se le culpó del accidente por no mantener la disciplina del grupo y dedicarse por su cuenta a hacer fotografías de la montaña. Pero gracias a Spont, muchas de sus imágenes de los Pirineos ilustraron prensa y revistas de la época.




A continuación se puede ver la fuente Caraouet, que aparece citada en la colección de poemas Los Musardises escrita en 1890 por Edmond Rostand, que vivió en Luchon, donde pasó los veranos de su juventud. 

Más adelante encontramos la estatua realizada en 1889 por el escultor francés Gustave Adolphe Désiré Crauk, de la que hemos hablado antes, que rinde homenaje al Barón de Etigny.

Hay un tiovivo muy bonito en medio, rodeado de vegetación.


Luchon también es muy conocida por su festival de flores anual. Esta fiesta nace a fines del siglo XIX por iniciativa del escritor Maurice Froyez, que vino en una ocasión a utilizar las termas y quedó impresionado de la manera en que los habitantes del Bagneres decoraban sus calesas con flores. Ello le dio idea de importar una costumbre provenzal de desfiles de calesas con flores, y en el verano de 1888 convoca a los privilegiados propietarios de calesas que, adornadas de flores, parten en desfile del hipódromo y siguen por la calle principal. Según dicen los cronistas, los habitantes que estaban paseando y en las terrazas tomando un refrigerio o leyendo, quedaron sorprendidos al ver este desfile que les iba tirando flores. Los paseantes a su vez las recogieron y lanzaron a los ocupantes de las calesas y de esta manera se acababa de crear la primera "batalla de las flores".

Al año siguiente volvieron a repetir este acontecimiento, pero de forma más organizada, creando una costumbre que se lleva celebrando más de un siglo después.

Actualmente ya no se celebra de esta manera tan romántica, sino que ya se utilizan vehículos con remolques. Así todo, hasta ahora se puede ver una colección de coches a motor antiguos que pasan por la alameda en estas fiestas.

El que quiera asistir a este emotivo desfile, debe saber que se celebra el tercer o cuarto fin de semana de agosto. En ella participan también los 31 pueblos vecinos de Luchon y muchos grupos musicales extranjeros.

La fiesta comienza un jueves con la elección de Miss Fleurs y sus damas de honor y acaba el domingo a mediodía. En medio de estos días, es interesante observar cómo van preparando y adornando las carrozas para el desfile.

Durante estos cuatro días el pueblo está en fiestas, en las que se celebran espectáculos musicales. Pero lo más importante es el desfile del domingo, que arranca después del almuerzo. Todo esto no es gratuito, ya que aunque el desfile del sábado y del domingo son fiestas populares, lo más bonito de la fiesta se celebra en los jardines de la Place des Quinconces, y parte de la avenida de Allées d'Etigny queda cerrada al tráfico para instalar tribunas por las que hay que pagar.

cartel del Festival de las flores del año 2018



Mi visión personal del lugar

Destino animado en cualquier época del año para alpinistas, ciclistas y esquiadores, nunca lo he visitado por alguno de estos motivos.

La calle principal es la alameda de Étigny, preciosa avenida en la que se encuentran tiendas y restaurantes. Al final de ella están el parque de Quinconces y las termas, por las que pasaron Richelieu, Napoleón III, Alexandre Dumas, Gustave Flauvert y muchos más famosos.
  
Aparte de la información histórica sobre este pueblo, que lógicamente he recopilado de las muchísimas fuentes de que disponemos en la red, puedo dar una opinión personal como viajero. Esta opinión depende lógicamente de la época del año en que lo he visitado, casi sin turismo, dado que tanto en invierno como en verano la vida renace en sus calles, bien por los deportes de nieve o por el turismo de masas que existe en los meses de julio y agosto.


En otoño el pueblo acentúa su imagen decadente (que se evidencia por el descenso en número de sus habitantes) y por el aspecto de sus lujosas mansiones, que exhiben falta de mantenimiento. Hablando con sus habitantes, logré percibir un desencanto bastante acentuado sobre el futuro, tal vez eco de la crisis existente en todo el mundo que aquí también llega, y se ve en una notoria falta de ventas en sus comercios, que antes no existía.


Tomar un café de forma relajada en una de estas terrazas, sin apresuramientos ni invitaciones a desalojar la mesa, es todo un placer, aunque haga frío.


En esta época se vende muchísima ropa de invierno, es decir forros polares y alguna prenda más sofisticada, aunque hay diferencia de calidad de una tienda a otra y aparecen productos de origen chino de inferior empaque.

Casualmente, en las veces que la he visitado, estaba el otoño en todo su esplendor, llenando los suelos de coloridas hojas que le conferían un aspecto romántico y triste, que unido a sus monumentales y vacíos edificios de tipo Belle Epoque, nos trasladaba a otro siglo, sensación sólo rota por el trajín de vehículos que existe aquí como en todos los lugares.




Tal vez este espacio de "tiempo muerto" que le confiere el otoño hace que los meses de octubre y noviembre estén especialmente indicados para los amantes de la fotografía paisajística y urbana, al poder andar a sus anchas por las calles tapizadas de hojas de color cálido y disparar fotos sin molestar ni ser molestados.

El concepto de horario comercial que tiene un español debe adaptarse, como en el resto del país, a los horarios de cierre franceses, para nosotros muy tempranos, en los que las tiendas echan todas a la vez las persianas y la población "desaparece" aún a la luz del día, vaciándose sus calles y quedándonos repentinamente casi en soledad. No hay ni un minuto de piedad, los trabajadores están muy protegidos por fuertes sindicatos en este sentido y la hora de salida del trabajo es sagrada.





Las mansiones son de una belleza abrumadora y dan fe de la importancia que tuvo esta villa en otros tiempos en que era masivamente ocupada por la nobleza francesa y gente de buenas rentas, rodeados -se supone- de lujosas comodidades, carruajes y numerosa servidumbre. Esta sensación se puede revivir ahora, a pesar de los vehículos de motor y los edificios con ventadas cerradas y necesitados de pintura.






En el trato directo que tuve con sus habitantes, encontré amabilidad y simpatía y en numerosos casos hallé personas que se esforzaban en hablar español o tratar de entendernos con suma paciencia, ya que por nuestra parte solemos poner poco interés en manejar idiomas del lugar que pisamos. Tanto en hoteles como en tiendas y restaurantes, hemos encontrado buena disposición, aunque habría que tratar con todos sus habitantes para poder generalizar sobre este aspecto.





Hay numerosos restaurantes con críticas de todo tipo por parte de los clientes. Ya sabemos que en internet y una vez a salvo en su casa, suelen alborotar mucho más las personas que dicen haber quedado descontentas con el establecimiento. Hay abundante oferta gastronómica, pero en nuestras visitas, hemos cenado siempre en el restaurante L'Arbesquens, en pleno centro de la Allees d'Etigny, lugar sencillo de apariencia y precios, con gente joven, amable y que hablan español, y en época de frío se agradece su interior semejando a un refugio de alta montaña. Tienen una sopa de cebolla estupenda y las raciones son enormes, para compartir entre dos, a un precio muy competente. Abundan los platos de todo tipo en los que interviene casi siempre el queso. Se agradece cenar en un establecimiento en el que no agobian ni tratan de calzar productos exóticos y en el que además el servicio es rápido, amable y nada caro.



Aparcar el vehículo puede ser problemático en épocas de turismo, ya que en otoño, con pocos visitantes, he podido fijarme que, no solamente las calles del centro son zona de pago, sino que en las adyacentes no abunda el espacio al ser en general estrechas y utilizar los huecos libres delante de las casas sus propietarios. Así todo, se puede llegar caminando desde cualquier calle, ya que es todo llano y sin problemas. También hay algunos hoteles que disponen de parking propio, aunque suelen ser poco espaciosos.

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