Cordes-sur-Ciel, ocho siglos tocando las estrellas


El escritor Albert Camus pasaba temporadas en Cordes; de este lugar dijo las siguientes palabras:

"Viajamos durante años sin saber realmente lo que estamos buscando, deambulamos entre el ruido, enredados con los deseos o los arrepentimientos y de repente llegamos a uno de esos dos o tres lugares que aguardan esperándonos a cada uno de nosotros en este mundo. El viajero que ve la noche de verano desde la terraza de Cordes sabe que no necesita ir más lejos y que, si quiere, la belleza aquí, día tras día, lo alejará de toda soledad».




Haber estado viendo durante tantos años a Cordes en viejos libros y postales, o en los actuales tiempos por medio de la tecnología que desarrolla internet, con su imponente cima emergiendo en medio de la niebla, me ha ido creando la ineludible necesidad de pisar alguna vez esta maravilla. Recorrer sus callejuelas es vivir muchos siglos de historia.

La buena conservación de este pueblo permite sopesar su primitiva hermosura, la grandeza de la que hizo gala durante muchos años. Pero como suele suceder en tantos viajes, cuando llegamos, no encontramos esas nieblas que sólo aparecen en las mañanas de otoño, y el pueblo visto desde abajo, donde aparcamos el vehículo, no es el espectacular promontorio que captan las fotos aéreas asomando sobre la niebla y los valles. Pero, a cambio, nos permite disfrutar de otras vistas de lujo en el esforzado ascenso que tenemos que hacer por sus empinadas calles, por desgracia no asequible para todo el mundo. En todo caso, es mejor utilizar un calzado cómodo para gozar sin sufrimiento del espectáculo de sus empedradas calles.



Datos de Cordes

Cordes, o Cordes-sur-Ciel desde 1986, está situado en el departamento de Tarn, en la región de Midi-Pirinées. El último censo de población que pude encontrar es del año 2009 y sitúa 1.065 habitantes.

Este pueblo medieval se ubica en lo alto de un monte y en su momento tuvo varias murallas que defendían sus estrechas y laberínticas calles.

Como dije al principio, su nombre actual está relacionado con la imagen que es más conocida: a primeras horas de las mañanas de otoño, una intensa niebla cubre el pueblo dejando al descubierto solamente su parte superior. Por ello, el ex Ministro del Interior francés y posterior alcalde de Cordes, Paul Quiles, propuso en 1993 denominarlo con el nombre de “Cordes-sur-ciel”, que ya se venía empleado popularmente desde 1947.

El pueblo fue fundado por Raimond VII, conde de Toulouse, el 4 de noviembre de 1222 con con el fin de disponer de un enclave defensivo contra las tropas francesas enviadas para acabar con los cátaros del Mediodía. Para entender un poco mejor el tema religioso, muy importante en esta zona, y tener una visión histórica de Cordes y del motivo por el que fue fundada, vamos a ver un rápido resumen de los complicados acontecimientos de esta época.



Breve información sobre los cátaros y Raimundo VII


El desarrollo de la cruzada contra los cátaros se podría dividir en tres fases. La primera y la más brutal comienza en el año 1209, promovida por el Papa Inocencio III con el apoyo del rey Felipe II Augusto de Francia, en la que se tomaron diversas plazas occitanas y en algunos casos provocaron sangrientas matanzas, como la de Beziers. El conde de Tolosa, Raimundo VI, como vasallo del rey de Aragón, solicita a éste su apoyo. En el año 1213 se entabla la batalla de Muret, en la que las tropas de Simón de Montfort acaban con la vida del rey Pedro II de Aragón. Su hijo, el futuro Jaime I de Aragón, queda bajo la tutela de Simón de Montfort, constituido ya como conde de Tolosa. Pero al año siguiente, el fallecimiento del Papa Inocencio es aprovechado para provocar una insurrección en todo el Languedoc y el conde Raimundo VI recupera la ciudad de Tolosa.

En la segunda fase de esta guerra, Simón de Montfort muere en el sitio a Toulouse, ahora en manos del conde Raimundo VII (ya que su padre falleció en 1221) y la resistencia occitana logra hacerse más fuerte e incluso recuperar los territorios perdidos al inicio de la guerra. Aquí, en 1922, es donde nace el pueblo de Cordes de la manera que voy a explicar más adelante.

Esta rebelión fuerza la intervención del rey Luis VIII de Francia con el apoyo del Papa Honorio III, que excomulga a Raimundo VII en 1225. La situación, con la renuncia del hijo de Simón de Montfort a los derechos sobre el condado y la victoria de los ejércitos del rey francés, provoca que el legado papal favorezca un acuerdo de paz, conocido como Tratado de Meaux, firmado en el año 1229 y por el cual el territorio occitano desaparecía, pasando a integrarse en la corona francesa. El conde Raimundo VII fue obligado a sufrir penitencia pública, debiendo peregrinar hasta París, donde fue flagelado en las escaleras de Notre-Dame. Tal vez más humillante para él fue la cláusula por la que se le obligaba a ceder a su propia hija en matrimonio al hermano del rey francés. Al morir Raimundo, su yerno Alfonso de Poitiers pasó a ser el conde de Tolosa y al no haber descendencia en este matrimonio, el territorio pasó a propiedad del reino francés a su muerte.

La tercera fase podría definir a las insurrecciones que provocaron los abusos de la Inquisición y la fallida tentativa de Raimundo VII por recuperar el Condado, apoyado por la monarquía inglesa.


El nacimiento de Cordes

Cordes es la primera y la más importante de las ciudades fortificadas creadas para acoger las poblaciones que estas guerras habían dejado sin vivienda. Fundada en el año 1222, fue rodeada hasta con cinco  líneas de murallas cerradas por poderosas puertas fortificadas. Ahora solo queda a la vista la muralla exterior, al haber sido las demás absorbidas por las edificaciones de viviendas.

Cordes rápidamente tomó notoriedad. En el año 1229, cuando se firma el Tratado de Meaux entre el reino de Francia y el condado de Tolosa, acaba la guerra religiosa entre ambos y el rey de Francia solicita que se le remita el título de propiedad en base a lo acordado en este tratado.

Se sabe que en esta localidad el catarismo tuvo protagonismo. La ciudad sufrió las persecuciones de la Inquisición contra los cátaros, con métodos tan brutales que provocaron revueltas. La cruz del Mercado (de finales del siglo XIV) recuerda la masacre de tres inquisidores que en el año 1223 fueron precipitados al pozo. Con una moneda de 50 céntimos podemos activar la iluminación del pozo para apreciar sus 113 metros de profundidad.

el mercado cubierto


La visita

Podemos improvisar mil artimañas para evitar el inevitable cansancio que va a producir a nuestras piernas la subida al núcleo más alto de Cordes, pero deben planificarse muy bien de antemano y tampoco son aconsejables las motorizadas desde el momento en que apenas vamos a encontrar donde dejar aparcado el vehículo cerca de la cima e, incluso teniendo suerte y encontrarle sitio, vamos a tener que subir igualmente duros tramos. Por otra parte, si fuese posible subir en vehículo hasta la cima, nos perderíamos el que tal vez es el mayor placer de la visita a esta ciudad: el ir ascendiendo lentamente por sus medievales calles llenas de hermosura y cientos de mansiones, capillas, tiendas, viejas puertas y rincones inolvidables. El punto más bajo del pueblo está a 159 metros de altitud, el más alto a 320, tampoco es para tanto. Imagino (no lo sé) que personas que lleven en su vehículo un distintivo de minusvalía le será permitido llegar hasta la calle principal en lo más alto, al igual que se está permitiendo a proveedores de hostelería, comercios y clientes de hoteles.

Entonces, para hacer las cosas bien, vamos a dejar el coche en la parte baja de la ciudad, donde además de las sempiternas tiendas de recuerdos medievales de fabricación china, encontraremos aparcamientos de pago. Esta zona del pueblo es bastante pequeña y no merece la pena su visita si no se dispone de tiempo o ganas de comprar imanes para la nevera.

souvenirs para la nevera

Para empezar, lo mejor es dejar el vehículo en el pequeño parking de pago que hay en la plaza Jeanne Ramel-Cals y comenzar a subir por la rue de la Bouteillerie o la Grand-rue de l'Horloge. Recomiendo esta última, aunque a mitad de cuesta ambas se unen a través de un pequeño túnel.


Place Jeanne Ramel-Cals

Es impactante la sensación de retroceder en el tiempo cuando vemos los escaparates de madera que invocan otra época, pero que contienen comercios que aún funcionan. Detrás de cada negocio, cristal, puerta o ventana, se ven envejecidos visillos colgando, como si el pueblo hubiese sido abandonado hace años. Da cierta aprensión acercarse a algunos de estos ventanales, miedo a toparse con un rostro salido del fondo oscuro como el de la protagonista de la novela Thérèse Raquin. 

Ya puede ser una peluquería, un atelier, una librería o la tienda de informática..., da igual, el aspecto de todas ellas es el mismo. Contribuye a esta especie de abandono o decadencia la soledad de las calles y silencio absoluto de sus casas, que sin embargo están habitadas. El silencio es abrumador, si hay un negocio abierto veremos a su dueño tranquilamente sentado al fondo leyendo un libro, todo muy francés.




Este primer tramo de ambas calles paralelas está lleno de este tipo de negocios y da sensación de pesadumbre, de lugar desagradable para vivir permanentemente por su falta de luz y su tristeza, y eso que el día de mi visita estaba despejado. Puedo imaginar que estas calles son además las que más castigan las famosas nieblas de Cordes.




Casi al final de la Grand rue de l'Horloge, nada más pasar a la altura del pequeño túnel que une esta calle con la paralela rue de la Boutillerie, encontramos a la derecha la Capelette St. Jacques, haciendo esquina frente a una preciosa mansión. Construida en el año 1511, esta pequeña capilla ha sido producto de varias restauraciones, como la sufrida a finales del siglo XX, de bastante envergadura, en la que se eliminó el revestimiento exterior y el artista Yves Brayer realizó su interior, construyendo un nuevo altar con las piedras rescatadas del altar de la capilla en ruinas de Saint-Jean de Mordagne. Antes de esta restauración, fue declarada monumento histórico en 1927.

Capelette Saint Jacques



A partir de aquí comenzamos a "ver la luz". Los rayos de sol llegan a las fachadas dorándolas con un amarillo tranquilizador que hace casi olvidar las tétricas paredes de las casas de más abajo.


Pocos metros más arriba de la capilla llegamos al final de la Grand-rue de l'Horloge, que finaliza en una especie de pequeña plazoleta triangular muy inclinada que hay delante de la Porte de l'Horloge. La puerta parece encontrarse cerquísima, pero llegar hasta ella se hace duro por ubicarse a muchos metros más de altitud por encima nuestro, debido al enorme desnivel que tiene la calle.


A la izquierda tenemos una preciosa casa con balcón, que hace esquina con una bajada de escaleras, la famosa Escalier du Pater Noster, que tiene tantos escalones como palabras tiene la oración del mismo nombre. Hay que decir que al pie de estas escaleras pasa una carretera con algunas plazas de aparcamiento (de pago) que podría evitar la subida anterior a pie, con sólo trepar por estas escaleras, aunque perderíamos el encanto de la trepada que hicimos por la rue de l'Horloge. Tampoco es mucho ahorro.

Escalier du Pater Noster

En el portón azul de esta casa que hace esquina vemos una tienda cuyo letrero pone Le Bouquiniste de l'Horloge. Estaba cerrada cuando pasamos, pero dentro se encuentra una diminuta y pintoresca librería de segunda mano cuyo interior está cálidamente arropado por las estanterías y las enormes vigas de madera.


A cambio sí pudimos ver abierta la maravillosa tienda de relojes La Pendulerie, ocupando el número 1 de esta Place de l'Horloge.  Desde 1979, el artesano Patrick Lerible, especializado en relojería antigua, realiza trabajos de restauración de relojes y sus mecanismos. La fachada de su tienda merece una atenta mirada.



La Porte de l'Horloge formaba parte de la cuarta muralla y es del siglo XVI. Se la denominaba Porte de la Vergue hasta el momento en que se le añadió un reloj.


Traspasamos la puerta del reloj y seguimos ascendiendo la dura pendiente de la rue Barbacane hasta llegar a la torre de su mismo nombre, que encontramos repentinamente al girar hacia la derecha una cerrada curva. En este lugar vemos un pequeño espacio con un banco a la sombra de un árbol, que nos viene de maravilla para poder descansar de tanta subida.





Es curioso encontrar a estas alturas los garajes privados de los lugareños, que dada la estrechez de calles y empinadas cuestas y exiguas casas, debe ser toda una fortuna el hecho de poder guardar un coche. Las mansiones emanan otro poder económico diferente a las del comienzo de la calle en la parte baja de Cordes. Las paredes de piedra y las vistas desde sus ventanas son otra historia muy diferente a la lugubrez de las más bajas.

Seguimos ascendiendo pasando la Torre de la Barbacane y llegamos a la Porte du Vainqueur (Puerta del Ganador), abierta en una preciosa torre.



Nada más traspasar esta puerta, siempre en continua ascensión en medio de curvas, vemos al poco, a nuestra izquierda, la espectacular Maison Grosse, preciosa casa del siglo XVI construida en piedra, con ventanas con parteluces y un techo en voladizo, constituyendo un precioso testimonio de edificación de la edad media.


Dejando atrás esta hermosa mansión, la calle gira a la derecha por una nueva puerta abierta en otra torre del siglo XII, aquí todo es de una belleza espectacular. Se conoce como Portal Peint o la puerta de levante y da acceso a la rue Raimond VII, que es por fin la parte más "sustanciosa" de la ciudad; o sea en la que los turistas se desmadran.



Hasta el último metro ha sido en ascensión e incluso en esta rue de Raimond VII, tras cruzar la última puerta, tenemos aún que seguir ascendiendo, ya con menos esfuerzo, pero sigue siendo un incordio si no se tienen fuerzas suficientes.



La meta de los turistas

Aquí, después de tanto ejercicio montañero, nos dejamos deslumbrar ante una repentina exhibición de fachadas de piedra limpia, escaparates llenos de recuerdos, salas de arte, tiendas de olorosos jabones, peleterías, librerías, surtidos de patés, vidrio, bodegas, de todo hay. No hay palabras para describir lo que vamos viendo, aquí no se puede venir con prisas y pasar por alto cada uno de los preciosos escaparates, grandes y diminutos, los portales, las ventanas, las tiendas salidas de otra época, las banderas medievales cruzando la calle, todo un espectáculo demasiado próximo a un parque temático, para dejar contento al turista. Un amante de la fotografía acabará quemando la cámara porque cada centímetro de sus calles tiene un motivo para retratar. Incluso hay preciosos hoteles con vistas sobre el valle, que imagino tendrán acceso rodado para sus clientes.




Nada más entrar en la rue Raimond VII encontramos a la derecha el Museo Historama, un pequeño museo de cera que trata de representar escenas de la Edad Media, recurso habitual en poblaciones con mucho turismo que busca llamar la atención del visitante para sacar algo de dinero. En este caso, dadas las numerosas y más interesantes opciones que vamos a tener en Cordes, aconsejo no perder tiempo en él. Otra cosa es estar hospedado en el Hotel de la Cité, justo enfrente, que aparte de ser un lujazo inolvidable, permitiría emplear tiempo en muchas visitas de este tipo, teniendo en cuenta que por aquí echan el cierre muy temprano.

Museo Historama

En esta calle, que podríamos llamar la principal del lugar, tenemos el ayuntamiento, hoteles, salas de exposición, museos en antiguos palacios, oficina de turismo, restaurantes, tiendas de bisutería de lujo, la plaza cubierta del mercado protegida por un gigantesco techo que se levantaba sobre unas enormes columnas de madera, y para los más adeptos al arte religioso está la iglesia de San Miguel.







zapatería artesana de una mujer casada con un español pero que no sabía hablar español

Cuando llegamos a lo que se puede considerar el punto más elevado de Cordes, nos encontramos con este meollo de tiendas y restaurantes, terrazas, museos, iglesias, bodegas, y luego comienza a bajar de nuevo por la misma calle Raimond VII hasta llegar a la Porte des Ormeaux (siglo XIII), al lado contrario de donde partimos, y si hay fuerzas podemos llegarnos a ver la espectacular Porte de la Jane (siglo XIII). Si estamos muy cansados, se puede obviar este tramo, que suele ser de menor interés para los turistas al desaparecer el comercio tan buscado. Además, hay que tener en cuenta que todo lo que se baje luego hay que volver a subirlo de nuevo.

De la Porte de la Jane conviene destacar que es otro elemento del siglo XIII del segundo recinto y formaba parte de la propia fortificación al estar integrada en ella. Encima tiene dos alturas de habitaciones donde moraban los que la custodiaban.

Porte des Ormeaux

Porte de la Jane

Porte de la Jane

Aunque no lleguemos hasta la Porte des Ormeaux, merece la pena bajar un poquito en esta dirección para visitar la iglesia de San Miguel, que encontramos a la derecha detrás de una plaza, a la altura de la casa del Grand Veneur.

Cuando se entendió que se había acabado con la herejía en la zona, el obispo de Albi e inquisidor de la zona mandó construir la iglesia de Saint Michel en 1263 y se fortificó el siglo XIV. Las fortificaciones fueron modificadas varias veces hasta el Renacimiento. Los cátaros podrían haberse extinguido, pero los habitantes de Cordes tenían muy poco de católicos y trataron de demorar su construcción. En uno de sus muros puede verse algo curioso: una puerta de acceso a media altura que no sirve para nada y que obligó a la construcción de otra puerta en la otra fachada del edificio.


Otro lugar que crea muchos adeptos entre los turistas es el Museo de arte de azúcar y del chocolate de Yves Thuries. Está ubicado en la Maison Prunet (siglo XIII) y en él veremos los diferentes métodos de trabajo empleados con el azúcar en una exposición permanente en la que se exhiben cientos de trabajos realizados por el mejor artesano de Francia, Yves Thuriès, en dos salas de exposición. Es una visita libre donde veremos explicaciones sobre cómo se trabaja el azúcar y el chocolate y esculturas de azúcar pintadas con dudoso gusto (colorido Kitsch), ofrecimiento de cata de chocolate y galletas un tanto escasa y poco más. A la hora de salir, la inexcusable tienda con venta de productos a precio elevado. Por mi parte aconsejo no perder tiempo en esta visita si no se tiene especial interés.

Al lado tenemos la Maison du Grand Fauconnier (gran halconero), clasificada monumento histórico, que es ahora el museo de arte moderno y contemporáneo, y dispone de cuatro salas de exposición. De la grandeza de estos edificios paso a dar la popular explicación que existe.

Maison du Grand Fauconnier

Cordes-sur-Ciel adquirió pujanza económica gracias al comercio de paños, sedas y pieles. Los enriquecidos mercaderes construyeron mansiones en los siglos XIII y XIV con espectaculares fachadas góticas. En las casas de la villa pueden verse símbolos del gremio al que pertenecía su morador, gárgolas, altorrelieves y todo tipo de símbolos que hace volar la imaginación de los apasionados de las leyendas.

Los habitantes de Cordes eran ricos, pero no eran nobles. Esta carencia la suplieron haciendo exhibición de su riqueza a la hora de construir sus mansiones. La fachada del Grand Veneur está adornada con relieves de escenas de caza, una exhibición más de su dueño sobre una actividad que sólo practicaba la nobleza.

El edificio de Le Grand Veneur es otro de los palacetes construidos por las ricas familias de Cordes. Aunque data del siglo XIV, fue rehabilitada en el siglo XVIII. Su nombre proviene al friso que se ve en el segundo piso, dedicado a la caza.

La fachada está llena de esculturas y el edificio es de cuatro pisos. En la planta baja vemos cuatro arcos ojivales y estaba dedicada a las bodegas y establos. las ventanas de los pisos primero y segundo están agrupadas en pares.

Maison de Le Grand Veneur

En una callejuela encontramos el Jardin des Paradis, un hermoso jardín suspendido sobre el vacío que cuenta con numerosos rincones con diversas especies botánicas y fuentes de agua. Los propietarios permiten visitarlo en ciertas horas del día y nos ofrecen ver, además de las especies florales, parte de su casa y recuerdos de sus viajes. Por supuesto no es por beneficiar el turismo, cobran entrada y los jardines no están demasiado cuidados. Tampoco es criticable que saquen beneficio de forma honrada por el simple hecho de enseñar sus propiedades y compartir sus recuerdos.

Un poco más abajo del Ayuntamiento y frente al edificio de Le Grand Veneur se encuentra la bodega de vinos Cave Saint Michel, al lado de la iglesia de su mismo nombre, cuyo propietario es de los que conocen el oficio que describe los tipos de vino y ofrece cata charlando con el visitante.



La Place de la Bride es un amplio espacio con bancos de piedra y terrazas de restaurantes, que se abre en un lateral ofreciendo impresionantes vistas al valle.




Fiestas y actividades

Durante la Segunda Guerra Mundial fue un tranquilo refugio por el que se dejaron caer importantes artistas y a partir de ahí se redescubrió y valoró el centro histórico de Cordes. este pueblo se encontraba en zona libre y sirvió de encuentro de artistas como amigos de Dalí y Picasso, el escritor Albert Camus.

Durante los meses de verano hay numerosas actividades. En julio se celebra el Festival Medieval, jornadas en las que se exponen los trabajos de artesanos medievales, con música y fuegos artificiales. También en julio se promueve el Festival de Música con conciertos en la iglesia de Saint Michel y en las calles. Igualmente en este mes se celebra el Festival de Poesía de la Miediathèque du Pays Cordais, en el que se leen textos y se hacen coloquios sobre poesía contemporánea.

Además del mercado semanal de alimentos, hay otro nocturno en los meses de verano donde los artesanos locales ofrecen sus productos, desde marroquinería hasta bolsos, joyas y pinturas.

También en julio tienen lugar las fiestas del gran Halconero, de aspecto totalmente medieval.

La televisión France 2 nombra cada año el pueblo más bonito de Francia, según el criterio de sus seguidores. Cordes-sur-Ciel fue la ganadora en el año 2014.

Toca irse de este pueblo. Nosotros tuvimos que hacerlo a la luz del día y era septiembre, pero los ya conocidos cumplimientos rigurosos de horarios en Francia conllevan que a media tarde los comercios cierran todos a la vez en cuestión de segundos, como sincronizadas por un reloj suenan todas las persianas metálicas, los camareros ya no sirven y los visitantes desaparecen como en espantada cargados de bolsas de compras y quedamos cuatro tontos (o privilegiados) en medio de la calle solitaria. Es el momento ideal para recrearse con el entorno sin molestias, poder hacer fotos sin crear suspicacias y desandar lentamente el camino antes subido, pero con el placer de no sufrir y ver las cosas de otra manera.




Si antes de irnos deseamos obtener la famosa vista panorámica de la ciudad, hay que llegarse a un mirador que está sin señalizar. Se sale de Cordes por la D7 hasta encontrar al cabo de unos dos kilómetros un camino de tierra que sale a la izquierda, que nos lleva en otro kilómetro al lugar perfecto para ver Cordes-sur-Ciel como debe ser, aunque solamente en otoño tendremos ocasión de admirarla en la famosa estampa de la cumbre de la ciudad sobresaliendo del mar de nubes.



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