Étretat (Normandía)

Etretat es una población normanda que no llega a los 1.600 habitantes, mundialmente famosa por sus acantilados verticales y majestuosos que conforman un espectacular escenario, que seguramente hemos visto alguna vez en un anuncio o en alguna película, y que en el siglo XIX enamoró al pintor Monet hasta el punto de tomar residencia en este lugar y dedicarse a pintarlos con asiduidad.


Étretat y sus acantilados están situados en la llamada Costa de Alabastro, siendo éstos los que le dan personalidad al lugar por su brutal contacto con el mar. Están compuestos en su base por tiza dura y su color blanco otorga un atractivo contraste con el tono del mar, especialmente en días de fuertes tormentas y aguas oscurecidas.


La fragilidad de estos acantilados obligan a implantar en la zona una fuerte regulación ecológica, manteniendo activos unos marcados senderos de ascensión y recorrido hacia lo alto, en los que se exige al enorme número de visitantes que los pisa un respeto total por la naturaleza y un comportamiento ordenado, sin perros sueltos, bicicletas ni cualquier tipo de actitud que altere la fauna y flora del lugar.

También está regulado en temporada alta el tránsito libre de personas en el pie de los acantilados, a donde se puede acceder por caminos y escaleras de bajada. Por razones de seguridad sólo se permite pisar la arena en las mareas bajas.



Su pasado

En sus diferentes épocas, Etretat vivió de la pesca y de la madera para construir barcos. Luego sería descubierta por los artistas y pintores y sería objeto codiciado por la moda de los baños que hizo furor en el siglo XIX, dando a la villa tanta popularidad como la que tuvieron otros pueblos de la costa normanda.




Al producirse la segunda guerra mundial y ser ocupada Francia por los alemanes, Étretat perdió totalmente el interés para el turismo y esto, unido a los trabajos bélicos que se tomaron los nazis de blindar toda la costa con hormigón, acero, alambradas y minas, habría de acabar completamente con él. Una vez terminada la guerra, poco a poco volvió a ser el pueblo turístico de antaño.



La visita

Dependiendo de la época en que se visite, el solo hecho de buscar aparcamiento para el coche puede convertirse en algo molesto. En el pueblo es difícil aparcar, sus calles son zona de pago pero tiene algún aparcamiento en las afueras y, dado su pequeño tamaño, no es esfuerzo alguno el llegar caminando a la playa. En ésta también existe un amplio aparcamiento, que suele estar siempre ocupado gracias a su cómoda situación.


El pueblo está conformado por un pequeño grupo de callecitas con casas que mantienen el entramado de madera y los tejados de pizarra.


Quedan aún numerosas mansiones de la Belle Epoque, aunque algunas de ellas han sido reconvertidas en negocios de tipo turístico con letreros de colores y luces de neón de dudoso gusto.



Así todo, en sus calles no proliferan las tiendas dedicadas a la venta de recuerdos para turistas y para poder comprar algo de este tipo es mejor visitar el Mercado Viejo, situado en la Place du Maréchal Foch, en cuyo interior hay tiendecitas de madera un tanto abigarradas que unido al enjambre de turistas dando vueltas y haciendo fotos puede crear un poco de agobio. Pese a ello, el mercado es bastante pintoresco y merece la pena visitarlo e incluso llevarse algo de recuerdo. Antiguamente, en este lugar hubo una granja y luego un estanque. Con el paso del tiempo, éste fue rellenado y se levantaron casitas de madera a las que posteriormente se les agregaron soportales.



En una de las calles nos topamos con el impresionante Hotel Le Résidence, un estrambótico edificio de madera levantado en el siglo XIV. Realmente fue construido en Lisieux y trasladado y montado en Etretat. En el año 1990 se transforma en hotel y restaurante y si nos enamora su aspecto y nos apetece quedarnos a dormir en el pueblo, podemos tomar una de las 14 habitaciones de que dispone, decoradas de forma espectacular con camas de dosel y techos con vigas.



La playa

Caminando por sus calles llegamos enseguida a la pintoresca playa. En mi opinión, el paseo de hormigón y la balaustrada de madera empobrecen un poco la belleza del lugar y afean bastante el conjunto, da la impresión de haber construido "en barato". También es posible que lo agreste del lugar rechace otro tipo de urbanismo que no sea el rústico hormigón.


El Casino es tal vez el menos atractivo que he visto en toda la costa normanda, en la cual podemos encontrar edificios inolvidables en otras villas como Trouville, Cabourg, Deauville y algunas más.


A cada lado de la playa tenemos el cierre natural de los acantilados. A la izquierda el famoso Falaise d’Aval con su gran arco ojo de aguja de sílex blanco que con sus 70 metros de envergadura a muchos le recuerda la trompa de un elefante introducida en el mar. Frente a esta trompa emerge de las aguas l’Aiguille d’Aval, con sus 51 metros de altura y de la que según dicen las guías turísticas locales, es hueca. A la derecha de la playa se encuentra La Falaise d’Amont.



Claude Monet vivió aquí un tiempo y estaba emocionado ante la visión de los acantilados, llegando a pintarlos en numerosas ocasiones con diferentes puntos de vista y condiciones climáticas: al amanecer, al atardecer, al mediodía, a media tarde, con lluvia, con sol, en diferentes estaciones.


Estos acantilados también atrajeron a artistas como Eugène Boudin, Delacroix o Gustave Courbet. Anteriormente ya habían estado los pintores Eugène Isabey y Alfonso Karr.


El paseo de la playa constituye realmente un dique de protección del pueblo frente a las enormes mareas que llegan a producirse en esta costa.


La playa, aunque en verano esté ocupada por gente tomando el sol y bañándose, es una incómoda pendiente de guijarros muy adecuados para torcerse un pie y el mar es sumamente peligroso debido a las fuertes corrientes. Está absolutamente prohibido llevarse uno de estos guijarros, la sanción puede llegar a los 3.000 euros, o al menos así me lo contaron.


Las barcas echadas en los guijarros le dan un emotivo y romántico sabor al entorno.



Subida a la Falaise d’Amont. La capilla, el museo y el monumento a los aviadores Nungesser y Coli

La Falaise d’Amont, que vemos a la derecha desde la playa, tiene cercano a su cima un mirador donde se ubica la pequeña iglesia Notre Dame de Garde. Es casi imprescindible subir a este lugar si se visita Etretat, ya que desde él se obtiene una completa y espectacular panorámica con las casas de la ciudad a nuestros pies y enfrente la Falaise d’Aval en todo su esplendor y a nuestra misma altura.



Se puede llegar hasta la iglesia a pie desde la zona de la playa subiendo un pendiente sendero, o bien en coche por una estrechísima carretera en la que puede ser todo un problema el hecho de cruzarse con otro vehículo en sentido contrario. En mi caso tuve la suerte de que, justo en ese momento, subía desde el pueblo hasta la iglesia el trenecito turístico, que es un magnífico escudo de metal que nos va abriendo paso con su imponente tamaño y los que vienen de frente se apartan a la cuneta por la cuenta que les tiene. Sólo tuve que pegarme al último vagón y el convoy me condujo directo hasta la cima sin problemas. Arriba existe un amplio aparcamiento.


Frente al aparcamiento está ubicado el Musée du Patrimoine d’Étretat, con la historia de la ciudad desde los primeros vestigios de la vida humana, el origen de los acantilados, el balneario, la protección de los guijarros, el patrimonio artístico y la evocación de personalidades a quienes les gustaba Étretat, pintores y escritores, o el emotivo recuerdo a los aviadores Nungesser y Coli. 

La capilla Notre Dame de la Garde está dedicada a los navegantes del lugar, de ahí su casco en forma de navío. Posee unas gárgolas en forma de cabeza de pez. Su origen data del año 1854, cuando los habitantes de Étretat decidieron construir una capilla dedicada a la Virgen. Se ofrecieron como mano de obra y lograron acabarla en 1856, siendo bendecida el 6 de agosto de dicho año.


Esta obra, como sucedió con tantas otras, fue destruida por los alemanes en la segunda guerra mundial y logró reconstruirse en 1950, en estilo neogótico, año en el cual recibe el actual nombre de Nuestra Señora de la Guardia. En 1964 se le añaden unas vidrieras.

Por lo que pude leer en la página oficial Comité Regional del Patrimonio Marítimo Normando, esta capilla está a la venta por 280.000 euros (en el momento de escribir este blog).

A pocos metros de la capilla vemos un monumento, levantado en 1963, en memoria de los aviadores  Charles Nungesser y François Coli, que en el año 1927 intentaron cruzar el océano Atlántico desde París hasta Nueva York con el biplano “Oiseau Blanc”, del que vemos una representación en cemento a su lado. Merece la pena saber un poco la historia de estos dos héroes perdidos.

imagen obtenida de Google Maps

El Oiseau Blanc era un biplano modificado en tamaño y forma para introducir varios tanques de combustible que contenían 4.025 litros de carburante, que eran suficientes para lo que sería el primer vuelo trasatlántico entre París y Nueva York, estimado en 40 horas. En esa época, los pilotos iban sentados uno detrás de otro y en este caso se modificó la estructura para que fuesen sentados juntos, eliminando todos los objetos innecesarios e incluso necesarios, como el bote salvavidas. De hecho, el tren de aterrizaje fue desprendido al despegar para evitar su peso, ya que habían previsto cómo actuar en el momento de aterrizar en Nueva York.

Despegaron de París el 8 de mayo de 1927 escoltados por otros aviones mientras sobrevolaron suelo francés, hasta llegar a Étretat, donde los acompañantes dieron la vuelta. Fueron vistos por distintos barcos y submarinos en tierras irlandesas y en el océano, pero luego se perdió su pista

En la tarde del 9 de mayo, en Nueva York esperaba una enorme multitud para ver el amerizaje de Nungesser y Coli frente a la Estatua de la Libertad. Al no producirse esta, comenzaron inmediatamente las búsquedas, rastreando con barcos y aviones el canal de la Mancha entre Étretat y la costa inglesa. Del otro lado del Atlántico la marina estadounidense y la canadiense realizaron la búsqueda en Terranova, debido a varios testimonios que señalaron la presencia de un avión blanco la mañana del 9 de mayo en ese lugar. La búsqueda del Oiseau Blanc se detuvo oficialmente el 9 de junio de 1927.

Esta desaparición de los dos pilotos hizo patente la temeridad que en aquel tiempo suponía la travesía del Atlántico. Casualmente, sólo  dos semanas después, Charles Lindbergh lo consiguió y después de su aterrizaje en Le Bourget, el 21 de mayo de 1927, la primera visita de Lindbergh fue a Laure Nungesser, madre del piloto del Oiseau blanc, para pedirle que no perdiera la esperanza de encontrar a su hijo.

Sobre los acantilados de Étretat se construyó un monumento en memoria de estos dos aviadores, ya que fue la última ciudad francesa desde la que se pudo ver al Oiseau Blanc. Este monumento fue también destruido en 1942 por los nazis y sería reconstruido en el año 1963 como un nuevo y diferente monumento de 24 metros de altura, en forma de aguja apuntando al cielo.


El espectáculo que nos ofrece este mirador en el entorno de la capilla es tan impresionante que no apetece irse.





La Falaise d’Aval

Volviendo a la playa, a nuestra izquierda tenemos la Falaise d’Aval, la protagonista absoluta de Etretat.

Existe un sendero bastante empinado que arranca a la izquierda de la playa. Tiene en algunos tramos unas rústicas escaleras que ayudan a subir a la cima del acantilado.


Al llegar encima del “ojo de la aguja” podemos ver la “Porte d’Aval”, que es otra formación cercana igual de bella.


Se pueden recorrer los senderos para obtener mejores imágenes del ojo de la aguja, ya que llegan hasta lejos siguiendo el llamado Chemin Des Douaniers, pero en mi caso no pude caminarlos por aparecer fuerte lluvia con viento. Por este motivo me he perdido la ocasión de hacer las mejores fotos de la visita.


 Desde la altura del acantilado, muy cerca de nosotros, alcanzamos a ver un campo de golf.


El espectáculo desde aquí es grandioso. Existe un silencio sólo roto por los sonidos de las aves que sobrevuelan las rocas. No entiendo de aves y por la información encontrada en internet me enteré que se trata de gaviotas plateadas, halcones peregrinos, albatros y cormoranes. Es un placer verlas volar haciendo pases majestuosos alrededor de los picos de los acantilados. A nuestra derecha, el pueblo queda mudo, aunque lo tenemos a la vista, no se oye nada de su actividad.


Mar adentro la Roca de Vaudieu de color blanco emerge en medio del mar en solitario como si se tratase de un colmillo de león.


Desde arriba existen vías de bajada hasta las playas existentes al pie del acantilado. El clima, como dije, no acompañaba, la bajada y posterior subida pueden desanimar a los más aguerridos, pero aún así pude ver (con cierta envidia) cómo muchas personas se animaban a descender. Por las experiencias oídas a otros visitantes, parece ser que es algo que merece la pena hacer.

Abajo se encuentra el Trou à Homme (Agujero del hombre), que es una gruta que tiene una bonita historia, real o imaginada por los lugareños, pero bonita. Cuenta que por el año 1792, en medio de una tormenta, un barco de origen sueco se estrelló contra los acantilados, no quedando nada de él. Cuando pasó la tormenta, los habitantes de Étretat encontraron el cuerpo de un hombre que yacía en la gruta. Lo trasladaron con el resto de cuerpos rescatados del naufragio para enterrarlos en una fosa común, y en ese momento este hombre “despertó”. De ahí que hoy en día la gruta recibe el nombre de Agujero del Hombre. 


Desde ella podemos pasar por un arco a las impresionantes y estrechas playas de Jambourg, pero solamente si la marea está baja. En temporada alta existe vigilancia que controla excesos de este tipo y no permiten traspasar el pasaje.



Otras actividades

Para comer hay mucha oferta, aunque como en todos los sitios turísticos hay que tener cuidado con la elección del local y por supuesto, todo depende de lo que se esté dispuesto a gastar. Lo típico en plan barato, como en toda Normandía y Bretaña, son los mejillones con patatas fritas y con diferentes salsas. También son famosos los crepes con sidra natural.




Criadero de ostras de María Antonieta

Al pie de los acantilados de Aval quedan los restos de lo que fue la granja de ostras criadas para servir la mesa de la reina María Antonieta. La historia oficial cuenta que en el año de 1783 un cazafortunas que se hacía llamar Barón de Bellevert se perdió en su camino y acabó en el pueblo de pescadores de Étretat. Este individuo era aficionado a buscar fortuna de manera fácil y rentable. Aquí discurre la construcción de una granja criadero de ostras en un pequeño terreno existente al pie de los acantilados. En este lugar existía un río subterráneo que desembocaba en la mar. Este río de agua dulce le daba a las otras un sabor especial, o al menos eso hizo creer el tal Barón. Para sacar provecho de tal invento, se arregló para comprar a un viejo marinero a bajo coste este trozo de terreno y una vez montado el negocio se las arregló para convertirse en proveedor oficial de la reina francesa, a cuya corte suministraba utilizando numerosos carros repletos de mercancía (que se dice era de otro tipo muy diferente a las ostras). De hecho, en la zona existen leyendas sobre los tesoros que estas caravanas transportaban y de ello se hace mención en las novelas de Maurice Leblanc. La llegada de la revolución poco tiempo después acabó con el apetito de la reina y de muchos otros aristócratas franceses y el criadero quedó convertido en las ruinas que vemos hoy en día. 



restos del criadero junto a la gruta del hombre


Le Clos d'Arsène Lupin

Para los amantes del célebre ladrón de guante blanco, producto del escritor francés Maurice Leblanc, encontramos una hermosísima mansión que fue de su propiedad y ahora es un museo sobre el personaje, que visitamos a través de ocho estancias que recrean el hogar del famoso ladrón y la de su creador.



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